"Se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna es se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de pensamiento que abarca a todo lo demás y que se conoce con el nombre de doblepensar. […] Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias albergadas a la vez en la mente".
miércoles, 30 de noviembre de 2011
domingo, 27 de noviembre de 2011
Advertencia sanitaria
Preguntarse demasiadas veces qué estás haciendo con tu vida puede ser muy perjudicial para tu autoestima.
lunes, 14 de noviembre de 2011
Restart
Tal día como hoy puedo decir que mi último intento de motivación ha sido un fracaso. No es que no me lo esperase, pero por un momento tuve la sensación de que esta vez saldría bien. Buscar razones no sería difícil, porque no son pocas. Ya me di cuenta hace tiempo de que el orgullo, que de tantos problemas me había sacado antes, no iba a ser suficiente esta vez, y así es. Ya me da igual que me piquen, me da igual que disfruten cuando me ven caer y me da igual lo que piensen o digan sobre cómo hago o dejo de hacer las cosas, no me motiva.
Me gusta que me subestimen, siempre me gustó, porque cuando llega el éxito disfruto el doble imaginándome que piensan los que no habrían apostado una mierda porque lo consiguiese. Prefiero que me subestimen a que me sobreestimen, al contrario que a la mayoría de la gente. Sí, esa gente que no hace más que ensalzarse e intentar crear a su alrededor un corro de admiración popular. Pero para que el hecho de que (casi) todo el mundo te subestime no te afecte, tienes que tener dentro una fuerza que te lleve a seguir intentando darles en todos los morros. En definitiva, no te tienes que subestimar a ti mismo más de la cuenta, y eso es lo que está fallando. Cuando los éxitos no llegan y cada intento de motivación fracasa, es normal que esa fuerza desaparezca pero aún así, no sé qué coño es pero hay algo. Algo que me dice que lo tengo que volver a intentar. Y así lo haré, marchando otro intento de motivación. Otro intento de encontrar la forma de sentir que lo que hago vale para algo y sentirme a gusto con algo que tenga algo que ver conmigo. Vuelta a empezar. Porque como dije hace poco aquí, mi autoestima arde lentamente, pero por alguna extraña razón no se ha consumido entera todavía.
domingo, 13 de noviembre de 2011
Ya ves
Hay expresiones que están creadas para ir solas como “¡Hay que joderse!” (mi favorita, por cierto), “¡Madre mía!”, “¡Caramba!” y mil más que no se me ocurren. Sin embargo hay otras que esperan una respuesta por parte de la persona con la que se está, es cómo si quedasen huérfanas sin esa contestación que no deja de ser otra expresión vacía en contenido. Es el caso de “¡Qué cosas!”. No creo que haga falta aclarar que su complemento es “¡Ya ves!”. Y es curioso, porque si cuando tú reaccionas ante algo increíble con la expresión ”¡Qué cosas!”, esperas que inmediatamente el que está a tu lado responda “¡Ya ves!”. Normalmente, aunque sea de forma inconsciente, lo hace; pero si no lo hace es cómo una “falta de respeto”, como si ni siquiera te estuviese escuchando, la conversación pierde sentido en ese momento, se pierde en esa expresión inacabada, huérfana de su complemento y la persona no correspondida se queda sin ganas de seguir hablando. Es sorprendente cómo una cosa tan absurda como ésta se da una y otra vez sin que nos demos cuenta. Siempre que alguien diga “¡Qué cosas!” contestaremos de la misma forma, casi como robots…
lunes, 24 de octubre de 2011
sábado, 15 de octubre de 2011
El miedo global
En los baños de mi universidad hay unos carteles con poesías y textos varios, justo encima de los urinarios, para leerlos mientras meas. Este me gustó:
El miedo global
Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
El miedo global
Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras.
Es el tiempo del miedo.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones, miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y al día sin pastillas para despertar.
Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a lo que puede ser, miedo a morir, miedo a vivir.
EDUARDO GALEANO
martes, 4 de octubre de 2011
Hasta siempre, amigo.
Triste final para mi móvil. Nunca pensé que le pudiese coger tanto cariño a un objeto. Ese móvil representaba para mí la lucha personal contra lo impuesto socialmente, a pequeña escala, está claro. No había nada que me agradase más que sacarlo y ver como los de mi alrededor (con sus smartphones y sus móviles táctiles de última generación) lo miraban por encima del hombro, pensando que dónde iba yo con eso. Tenía poco más de dos años, por cierto. Además, era un móvil "luchador", ha salido de muchas. Sobrevivió a un par de inmersiones acuáticas y a golpes de todas clases y en todo tipo de superficies, incluso a una caída desde una altura de dos pisos. Hubo que llevarlo a arreglar en una ocasión porque las teclas no respondían y la música empezaba a sonar sola. Después no vibraba, y estuvo sin vibrar unos días hasta que un buen día se arregló. Hace poco tuvo exactamente la misma crisis (había pasado justo un año desde que lo habían arreglado, justo un año después de comprarlo, ¿casualidad? No lo creo) y se había repuesto de nuevo. Estaba muy orgulloso de él, y puedo decir que lo sigo estando, porque no ha muerto, lo he perdido y allá donde esté seguirá dando guerra.
Decía que fue un final triste porque no ha sido culpa suya sino mía. Siempre pensé que llegado el día se rompería y, sinceramente, no pensaba que le quedase mucho. Mi ilusión era que llegase a los tres años. Hoy salí de casa con tiempo de sobra (algo histórico) y decidí irme andando a la estación, no coger el autobús. Tan sobrado iba de tiempo que me he relajado demasiado y cuando ya estaba cerca, he sacado el móvil y he visto que quedaban dos minutos para que saliese el tren y he echado a correr. Ha sido la última vez que he visto mi móvil. He subido al tren y ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que en la carrera se me había caído. Me he bajado en la primera parada y he vuelto a buscarlo, pero ya no estaba.
¿Y ahora qué? ¿Cedo ante el imperio de las compañías telefónicas y me paso a contrato para que me den un buen móvil con tarifa de Internet? Poco a poco me iré sometiendo al sistema y acabaré siendo de contrato y pagando un pastón todos los meses por el móvil, es lo que ellos quieren y al final me obligarán de una manera u otra. Haber perdido este móvil supone un paso atrás en esta lucha, pero la alargaré todo lo que pueda, es una cuestión de principios.
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