domingo, 24 de abril de 2011

Realidad y ficción

Hace ya algún tiempo tuve que ir a la comisaría (que misterioso queda leído hasta aquí, parece que hasta es algo importante) a que me hicieran una autorización para poder salir del país (esa que mientras fui menor siempre hice y nunca me pidieron). Nos tuvieron a mi madre y a mi esperando el rato de cortesía en la sala de espera, unos 20 minutos de nada, y después nos pasaron a una sala donde había una mesa para sentarnos con el policía y firmar el importantísimo documento. No es muy grande la comisaría y en esa misma sala coincidieron dos casos a la vez, el mío y el del "robo" de una tienda de chucherías unas calles más abajo de donde estabamos. Y escribo "robo" porque yo no se si se llevarían muchas cosas, pero se dejaron tiradas por la calle demasiadas como para considerarlo un robo sin comillas. El caso es que, como decían los policías que "estudiaban" el caso (estas comillas no las voy a explicar, no me gusta la policía y punto), no habían intentado robar en una tienda,  y mientras el camión que lleva las gominolas y las bolsas de patatas estaba aparcado en frente de la tienda y estaban descargando, en un momento en el que el hombre que lo estaba descargando entró en la tienda, aprovecharon para saquear el camión y llevarse lo que pudieron. No cayeron en la cuenta de que el hombre volvería, y de que bolsas gigantes de gominolas y cajas de cartón llenas de frutos secos no es algo con lo que se pueda salir corriendo fácilmente (se ve que eran tipos inteligentes y expertos en el hurto) y de ahí el estropicio que se debió montar en la calle, que por la descripción del policía que lo contaba yo me lo imaginé como si hubieran volcado el camión directamente por la acera. Aún así, consiguieron escapar, lo cuál llevó a los policías a tener que intentar identificar a los malhechores, y a llamar al agente especial para estos casos, que se encargaría de buscar huellas dactilares en las bolsas que habían encontrado por la calle (la montaña de bolsas de gominolas que tenían allí apiladas era considerable, todavía me pregunto como pude ser tan idiota de no pedirles una, aunque supongo que no se echaron a perder...). Lo llamo agente especial, a parte de que no se cómo se llaman los que hacen esto, porque era un tipo especial. Yo creía que lo del típico polícia gordo y sudoroso era un mito, un estereotipo, pero este tío me recordó a Torrente como nadie lo había hecho nunca, con su camisa por dentro y su chaqueta desabrochada mostrando la considerable altura a la que llevaba unos pantalones que encerraban con dificultada una panza gigantesca, sudoroso y eso sí, equipado con el instrumental necesario para estos casos, material de alta precisión: una lupa y algo que me pareció una brocha de afeitar. Con eso hacía el hombre sus cosas e intentaba encontrar unas huellas que no aparecían, "hay mucho hollín" fueron sus palabras, argot del oficio imagino, al igual que el de cresta; "se ven crestas, mira ¿ves estas crestas? pero no es una huella entera". En fin, cuando yo me fui de allí, después de haber terminado con mi importante misión de firmar un papel y echar allí media hora, y después de que el policía que se encargaba de mí me preguntase un par de cosas y no me enterase por estar escuchando a los otros (de hecho tuve la sensación de que me hablaba porque no quería que me enterase o algo así, mala suerte, haberos ido a otra habitación...), el tío no había sido capaz de encontrar nada pero aún le quedaban 7 u 8 bolsas por analizar meticulosamente con su lupa.


La cuestión es que vemos CSI y todas esas cosas de la tele, que son entretenidas y tal, pero la realidad no es así, ni en EE.UU. por muy bonito que nos lo quieran pintar, ni en España, ni en ningún sitio... Y así pasa con más cosas, con muchas otras cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario