jueves, 23 de diciembre de 2010

Miden su más o menos...

Relajación

Relajación, que bonito suena y que difícil es conseguirla hoy en día. Hoy he estado en un Spa, un lugar supuestamente dedicado a ello, a relajarse un rato, y la verdad es que sí, relaja. Algunos chorros de agua duelen al caer en la espalda y en los baños turcos pasas un mal rato, parece que te vas a asfixiar. Aún así, ya sea porque te dan una paliza y acabas agotado o porque realmente sirve para algo, pero relaja y de hecho llevo horas deseando acostarme de lo relajado que estoy. El caso es que sí, que sienta bien estar una horita y medi allí y tal, pero si luego sales de allí y quedan 5 minutos para que salga el autobus para volver a casa (y no pasa otro hasta dentro de una hora) y te tienes que dar un carrerón para cogerlo...a tomar por culo el relax, así, en un momento. Y si después nada más llegar a casa te dice tu madre que tienes que bajar la basura, con lo mal que sienta y la pereza que da... más a tomar por culo todavía el relax. Y menos mal que he ido a mirar a ver si me habían puesto alguna nota de la universidad y no habían puesto nada, porque una mala noticia era lo que faltaba. Pero ya me he acordado de los exámenes de enero, de las navidades que me esperan y de que tengo que estudiar como un cabrón y ya está, definitivamente se fue a la mierda el relax, fue bonito mientras duró. Aún así estoy agotado, voy a dormir un rato, que esta vez será más largo que una siesta, no como ultimamente, porque al fin y al cabo, estoy de vacaciones, y eso si que suena bonito.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Ovejas y cabras

Ayer estuve con mi novia en un concierto, de Pereza, en el Palacio de los Deportes de Madrid, que no se cuanta capacidad tiene pero caben bastantes personas, algunos miles si que habría. Gran concierto, me encantó, realmente valió la pena salir de casa a las 5 aunque empezase a las 8 y cuarto. No soy de esos que les gusta estar esperando 3 o 4 horas antes de que empiecen las cosas para coger sitio y tal, no me gustan las aglomeraciones de gente y el caos que generan este tipo de situaciones, con tanta gente.


Cuando llegamos a la cola a eso de las 6 nos sorprendimos de lo larga que era para quedar todavía tanto tiempo y nos limitamos a ponernos allí, esperando a que abriesen las puertas a las 7 y media. En fin, esperando, la cola se hacía más larga detrás de nosotros a medida que pasaban los minutos y cada vez quedaba menos. Entonces, a eso de las 7 y cuarto sucedió lo inexplicable, lo que demuestra lo tontas que podemos llegar a ser las personas. Quitaron la vaya que separaba el principio de la cola de las puertas para entrar al concierto y se empezaron a escuchar los típicos gritos de niñas tontas de este tipo de situaciones, pero eso no era lo peor, eso ya me lo esperaba yo. Lo peor fue como de repente, cuando me quise dar cuenta me vi corriendo hacia delante como si estuviese dentro de una estampida, como si hubiesen abierto un grifo y todas las personas que estábamos esperando en la cola fuésemos un chorro de agua, corriendo como si regalaran lingotes de oro en la otra punta, después de llevar más de una hora haciendo cola (algunos bastante más tiempo). Una chica cayó al suelo y la gente casi la pisa, botellas y vasos por ahí tirados, abrigos, guantes y a saber qué no perdería la gente en ese momento de caos. Pero vamos a ver, ¿para qué coño sirve salir corriendo así? ¿Váis a entrar antes? Si en el fondo seguro que se tardó más de esa manera, porque con las filas hechas entrábamos de uno en uno y listo, y no se habría formado el mogollón de gente que se formó. Es que a veces me parece que somos como animales, o peores, porque teniendo la inteligencia que se nos supone deberíamos preveer que una estampida no es lo más adecuado para entrar en un concierto. Unos corren para coger sitio en primera fila, los siguientes para quitarselo y así sucesivamente, hasta que todos corren porque tienes dos opciones: o corres o entras el último. Sólo faltaba el pastor y el perro para manejar el rebaño, porque no hay que pensar que sólo se corrió una vez, no, paramos y después llegó a haber otro arreón con su consiguiente desconcierto general.


En fin, no vale la pena darle más vueltas, decir que a veces las personas somos como un rebaño de ovejas no resulta exagerado, a mi por lo menos, y lo peor es que seguirá siendo así porque ¿para que llevar un orden lógico y sensato de hacer las cosas pudiendo hacerlo todo a lo loco y sin pensar en lo que pasará después? Mientas que las personas sigamos pensando así, no valdremos más que un rebaño de ovejas.

viernes, 17 de diciembre de 2010

15 horas

15 son las horas que he dormido hasta el día de hoy esta semana, estamos a jueves y me voy a acostar ahora, parecen pocas, ¿verdad? Bueno la verdad es que tampoco esta tan mal, en 3 días hacen una media de 5 horas al día. Cuando dije que dormía poco, es porque duermo poco, y estoy contando las siestas, siestas como la de hoy, de 2 horas y media, como deben ser. Algo curioso lo de la siesta de hoy, a ello me voy a referir en esta entrada.

Mientras dormía he escuchado ruidos, ha sido un sueño extraño porque por lo visto cuando llevaba una hora y algo ya ha empezado a venir mi madre a llamarme cada cuarto de hora, pero yo no me acuerdo, ni me he enterado. Me he levantado con la sensación de no saber si las cosas que habían pasado las había soñado o habían pasado, medio loco. Bueno pues lo realmente interesante es lo que me ha contado mi madre después. Aclarar que hoy tenía exámen de cálculo en la universidad, algo que puede hacer que se entienda mejor el suceso. Según mi madre se ha iniciado una conversación tal que así (y yo con los ojos cerrados todo el rato):

Madre - Venga levánte que esta noche no te vas a poder dormir, que llevas dos horas ya.
Yo- Ya voy déjame 5 minutos más.
Madre -Ya te llevo dejando 5 minutos más de media hora...
Yo- Vale vale, ya voy, espera que ya estoy a punto de terminar.
Madre - ¿De terminar qué?
Yo- Que ya me sale, que ya me sale, no me desconcentres.
Madre -¿Qué te sale?
Yo- La integral, calla que es muy difícil, ya casi la tengo
Madre -Pero qué integral, si estás soñando...
Yo- Que no, que es importante, que ahora es cuando mejor me salen, vete en cuanto termine me levanto.


Y mi madre se ha ido. A la media hora ha vuelto y yo ya estaba medio despierto. Me dice: "Que, ¿te ha salido la integral?" Y yo no sabía qué coño decía, entonces me lo ha contado... Definitivamente, tengo qe dormir más y estudiar menos.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El camino fácil, el camino difícil

A veces apetece escribir, se siente uno mejor después de “decir” lo que le apetece decir, aunque se lo diga a un trozo de papel o a la pantalla del ordenador. Hay gente que no entiende esta sensación, que no siente esa necesidad, que se expresa de otra manera o no le hace falta expresarse, no es mi caso. No necesito que nadie lea lo que escribo, necesito escribirlo. Sin embargo, hay veces que si es importante que la gente escuche lo que dices, que la gente te preste atención, es una necesidad natural.

Para mí hay muchas formas de diferenciar la forma de ser de las personas, pero ahora me centraré en ésta: hay personas a las que todo el mundo hace caso, admira y lame el culo, sin necesidad de que ellas hagan nada a cambio, y en el otro lado están las personas ignoradas, que se conformarían con que alguien les escuchase la mitad de las veces que ellos escuchan a los demás. Unos suelen ignorar a los otros y los otros suelen ser los que lamen el culo a quienes les ignoran, es así. Entre medias están las personas que ni son un trapo viejo, ni se creen Dios, unos se acercan a un extremo y otros al otro, pero algo les retiene dentro de la “normalidad”, yo me incluyo ahí y me siento afortunado por ello, mucho además. Vivimos en un mundo que no se para a preguntarte si estás bien o no, que avanza sin descanso y siempre en nuestra contra, que convierte nuestra vida en una contrarreloj en la que siempre tenemos la sensación de ir más lentos que el rival que ha salido antes que nosotros. Podría considerarse, según lo que he dicho antes, que las personas que tienen la admiración de la gente, con las que todo el mundo se querría juntar, son las más afortunadas porque sin dar nada reciben mucho. Hay gente que es feliz así, que cree serlo al menos, porque les gusta recibir, pedir, ser ayudados, creerse y sentirse importantes para los demás, los mejores, vamos, ¿a quién no le gusta eso? A mí no me gusta eso, si consigo algo quiero que sea porque lo he conseguido yo, con mis méritos y no con los de los demás. No me vale que me regalen las cosas, no quiero que me den más de lo que me merezco, es más, pienso que no me merezco la mitad de las cosas que me dan. Habrá en el mundo muchísima gente que merezca más que yo tener lo que tengo y, sin embargo, tengan menos. A mí no me gusta creer ni pensar que soy importante para los demás, que soy el mejor y el más admirado de los que me rodean, el más guay. Nunca me he sentido así porque nunca lo he sido, pero no siento ninguna curiosidad por ello, no lo quiero. Prefiero sentir que hay gente importante para mí, aunque se puedan contar con los dedos de una mano, y posiblemente me acerque al segundo grupo de personas que he dicho antes por una razón, porque prefiero dar que recibir. Y aunque prefiera dar, claro que me gusta recibir, no soy tan gilipollas, no nos confundamos, claro que me gusta sentir aunque sea una vez que he hecho algo mejor que alguien, que me ha salido bien, que por un segundo soy el mejor en algo aunque eso se vaya a desvanecer. Todos somos así, todos, pero hay que saber diferenciar lo importante de lo que no lo es, hay que saber escoger en que momentos debemos sentirnos importantes y en cuáles otra persona a la que queremos lo necesita más que nosotros.

Tengo la suerte, y creo que es una suerte, de no necesitar demasiado para sentirme a gusto conmigo mismo, me llena sentir que la sonrisa que se dibuja en la cara de la persona que tengo al lado es por algo que he dicho yo, por algo que he hecho yo, y me destroza que las lágrimas que caen por la cara de quién está cerca de mí, sean culpa mía. Todos tenemos una lista de prioridades, y en esa lista la mayoría de las veces el número uno nos pertenece a nosotros mismos, yo primero y después los demás. Ese número uno es a quién van dirigidos la mayoría de nuestros esfuerzos, a hacer que esté contento; y mucha gente para que eso pase, necesita sentir que es el número uno de las listas de los demás, que son los mejores, que todos darían algo por tener su compañía, que lo que pidan lo tendrán, que todo será “aquí y ahora, como yo quiera y cuando yo quiera”, en definitiva, sentirse importantes. Sin embargo, todo se basa en asumir, en asumir que eso no es posible, que si queremos recibir lo que realmente necesitamos, debemos darlo antes, que nunca vamos a estar blindados contra el dolor, porque siempre podrá pasar algo que nos haga sufrir. Somos frágiles, débiles, influenciables, siempre hay algo que nos maneja y eso no va a cambiar, dependemos de algo más que de nosotros mismos y nuestro mayor rival es nuestro propio egoísmo, nuestro propio orgullo, nuestras ganas de sentirnos mejores que el resto. Hay que asumir que la felicidad no existe, no, no existe, nunca vamos a ser felices, siempre vamos a querer más, siempre vamos a necesitar más, pero la forma de acercarse lo más posible a la felicidad, creo que es escribir nuestra lista de prioridades al revés, basar que nosotros estemos bien en que los que nos rodean lo estén, dejar de lloriquear, quejarnos, pensar que hace una semana estábamos mucho mejor, en si éste me habla o éste me ha borrado del tuenti, que si ésta me odia que si qué asco me da, ¡que da igual! Hay que aprender a pasar de todo, si… a sentirse únicos sólo porque nos da igual cómo la gente se tira piedras y al final les acaban cayendo encima. Nos utilizarán, nos ridiculizarán, nos pedirán cosas y nosotros como tontos las haremos, y ellos pensarán que somos muy pero que muy tontos, que pueden hacer con nosotros lo que quieran porque ellos son mejores, pensarán que somos raros, que escribimos cosas raras, que estamos locos, que a este tío se le va la pinza y además es feo y no tiene los ojos azules. [ironía on] Porque claro, los guapos y listos se merecen lo mejor, ellos tienen todo el mérito por ser así, han tenido que trabajar mucho para conseguirlo [ironía off]. Qué más da, da igual, que piensen lo que quieran, que vivan en el mundo que ellos se inventan, lleno de mentiras que les hacen sentir mejor, lleno de falsos argumentos para creer que son felices. Yo prefiero poder tumbarme tranquilamente bocarriba, respirar profundo y sentir que todo está bien. Y eso es algo difícil, muy difícil y que muy pocas veces en mi vida he podido hacer. Es ese momento en el que te das cuenta de que lo verdaderamente importante lo tienes, que tú no vas a ser de esos que se dan cuenta de lo que tienen cuando lo pierden, porque te sientes afortunado por tener lo que tienes, y vives con la sensación de que por el hecho de que no te lo mereces, en cualquier momento te lo pueden arrebatar, y hay que disfrutarlo al máximo, mientras se pueda. No hay nada peor que discutir con alguien a quién quieres, no hay nada peor que enfadarte con alguien a quien quieres, no hay nada peor que hacer llorar a alguien a quien quieres, pero si no lo haces, no te das cuenta de lo importante que es no hacerlo, de lo importante que es tener siempre bien presente esa lista de prioridades en la que tú no eres el primero, y no hay nada mejor que darse cuenta de eso. El camino fácil es no darse cuenta, y la mayoría de la gente lo sigue. Seguramente yo tomaré ese camino alguna vez más de las que ya lo he hecho, que lo he hecho, porque es el camino por el que nos lleva irremediablemente nuestro instinto a todos nosotros. Cuando coges el camino fácil se te olvidan palabras como “gracias” o “perdón”, te crees digno únicamente de escucharlas, no de pronunciarlas, y no te das cuenta de que la persona que puede y tiene razones para dar las gracias, es la más afortunada que hay. Por el camino difícil se sufre, pero vale la pena.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Ella

TU Y YO.. 

Ellos. Gente. Personas. Ruido. Voces. Relojes. Coches. Nadie se escucha. Obligación. Deber. Tiempo. Papeles que nadie lee. Detalles que no valen nada. Egoísmo. Gritos. Discusiones. Casas. Calles. Familias. Peleas. Tristeza. Nadie cuenta con nadie, nadie ayuda a nadie, nadie sonríe, no son capaces de pensar en lo que de verdad importa. Todo esto pasa, siempre, aquí, allí, al otro lado del océano, en la casa del vecino. Pero no aquí, aquí, ahora, no. En un instante, en un momento, en un lugar que se convierte en especial en el momento en que se hace inolvidable.. Mientras, dos personas. Dos personas a las que no les importa eso, ahora no, a las que no les afecta eso, ahora no. Dos personas que saben lo que quieren, lo que necesitan, lo que de verdad les importa. En ese momento... A uno le importa una cosa, ella. A una le importa una cosa, él. Se miran, sonríen, se hablan, se susurran cosas al oído, se quieren, se necesitan, se escuchan, se comprenden, se calman, se sienten, son felices. Uno feliz porque ella lo es, una feliz porque él lo es. Lo mas importante. Tu y yo. A veces no importa un reloj, no importa el tiempo, no importa llegar tarde, no importa no llegar, no importa nadie más. Solo una palabra, una palabra cualquiera, una voz que hace que tenga sentido, una boca que la pronuncie, una sonrisa de complicidad, una mirada de inocencia y un beso, un beso que significa algo mas que un beso, somos algo más, somos nosotros y lo que nos une. Somos todo lo vivido. Somos cerrar los ojos y recordar. Somos cerrar los ojos y soñar. Somos abrir los ojos y ver que vivimos un sueño. Somos llorar de alegría, somos algo difícil de entender, imposible de explicar, pero que no necesitamos saber, que solo queremos vivir. Tu y yo. Dos palabras, dos palabras dichas con el corazón, nunca sin sentido, dos palabras que hacen brillar dos ojos, que hacen brillar cuatro ojos, dos palabras que hacen que algo crezca en nuestro interior, que hacen que nos aceleremos, que nuestros corazones latan más deprisa, que nos tiemble el pulso y nos sintamos tranquilos, protegidos, seguros al mismo tiempo. Todo en un segundo, o dos, porque a veces solo hace falta ese tiempo para ser felices, porque a veces solo hace falta ese tiempo para decir... te quiero.