jueves, 9 de diciembre de 2010

El camino fácil, el camino difícil

A veces apetece escribir, se siente uno mejor después de “decir” lo que le apetece decir, aunque se lo diga a un trozo de papel o a la pantalla del ordenador. Hay gente que no entiende esta sensación, que no siente esa necesidad, que se expresa de otra manera o no le hace falta expresarse, no es mi caso. No necesito que nadie lea lo que escribo, necesito escribirlo. Sin embargo, hay veces que si es importante que la gente escuche lo que dices, que la gente te preste atención, es una necesidad natural.

Para mí hay muchas formas de diferenciar la forma de ser de las personas, pero ahora me centraré en ésta: hay personas a las que todo el mundo hace caso, admira y lame el culo, sin necesidad de que ellas hagan nada a cambio, y en el otro lado están las personas ignoradas, que se conformarían con que alguien les escuchase la mitad de las veces que ellos escuchan a los demás. Unos suelen ignorar a los otros y los otros suelen ser los que lamen el culo a quienes les ignoran, es así. Entre medias están las personas que ni son un trapo viejo, ni se creen Dios, unos se acercan a un extremo y otros al otro, pero algo les retiene dentro de la “normalidad”, yo me incluyo ahí y me siento afortunado por ello, mucho además. Vivimos en un mundo que no se para a preguntarte si estás bien o no, que avanza sin descanso y siempre en nuestra contra, que convierte nuestra vida en una contrarreloj en la que siempre tenemos la sensación de ir más lentos que el rival que ha salido antes que nosotros. Podría considerarse, según lo que he dicho antes, que las personas que tienen la admiración de la gente, con las que todo el mundo se querría juntar, son las más afortunadas porque sin dar nada reciben mucho. Hay gente que es feliz así, que cree serlo al menos, porque les gusta recibir, pedir, ser ayudados, creerse y sentirse importantes para los demás, los mejores, vamos, ¿a quién no le gusta eso? A mí no me gusta eso, si consigo algo quiero que sea porque lo he conseguido yo, con mis méritos y no con los de los demás. No me vale que me regalen las cosas, no quiero que me den más de lo que me merezco, es más, pienso que no me merezco la mitad de las cosas que me dan. Habrá en el mundo muchísima gente que merezca más que yo tener lo que tengo y, sin embargo, tengan menos. A mí no me gusta creer ni pensar que soy importante para los demás, que soy el mejor y el más admirado de los que me rodean, el más guay. Nunca me he sentido así porque nunca lo he sido, pero no siento ninguna curiosidad por ello, no lo quiero. Prefiero sentir que hay gente importante para mí, aunque se puedan contar con los dedos de una mano, y posiblemente me acerque al segundo grupo de personas que he dicho antes por una razón, porque prefiero dar que recibir. Y aunque prefiera dar, claro que me gusta recibir, no soy tan gilipollas, no nos confundamos, claro que me gusta sentir aunque sea una vez que he hecho algo mejor que alguien, que me ha salido bien, que por un segundo soy el mejor en algo aunque eso se vaya a desvanecer. Todos somos así, todos, pero hay que saber diferenciar lo importante de lo que no lo es, hay que saber escoger en que momentos debemos sentirnos importantes y en cuáles otra persona a la que queremos lo necesita más que nosotros.

Tengo la suerte, y creo que es una suerte, de no necesitar demasiado para sentirme a gusto conmigo mismo, me llena sentir que la sonrisa que se dibuja en la cara de la persona que tengo al lado es por algo que he dicho yo, por algo que he hecho yo, y me destroza que las lágrimas que caen por la cara de quién está cerca de mí, sean culpa mía. Todos tenemos una lista de prioridades, y en esa lista la mayoría de las veces el número uno nos pertenece a nosotros mismos, yo primero y después los demás. Ese número uno es a quién van dirigidos la mayoría de nuestros esfuerzos, a hacer que esté contento; y mucha gente para que eso pase, necesita sentir que es el número uno de las listas de los demás, que son los mejores, que todos darían algo por tener su compañía, que lo que pidan lo tendrán, que todo será “aquí y ahora, como yo quiera y cuando yo quiera”, en definitiva, sentirse importantes. Sin embargo, todo se basa en asumir, en asumir que eso no es posible, que si queremos recibir lo que realmente necesitamos, debemos darlo antes, que nunca vamos a estar blindados contra el dolor, porque siempre podrá pasar algo que nos haga sufrir. Somos frágiles, débiles, influenciables, siempre hay algo que nos maneja y eso no va a cambiar, dependemos de algo más que de nosotros mismos y nuestro mayor rival es nuestro propio egoísmo, nuestro propio orgullo, nuestras ganas de sentirnos mejores que el resto. Hay que asumir que la felicidad no existe, no, no existe, nunca vamos a ser felices, siempre vamos a querer más, siempre vamos a necesitar más, pero la forma de acercarse lo más posible a la felicidad, creo que es escribir nuestra lista de prioridades al revés, basar que nosotros estemos bien en que los que nos rodean lo estén, dejar de lloriquear, quejarnos, pensar que hace una semana estábamos mucho mejor, en si éste me habla o éste me ha borrado del tuenti, que si ésta me odia que si qué asco me da, ¡que da igual! Hay que aprender a pasar de todo, si… a sentirse únicos sólo porque nos da igual cómo la gente se tira piedras y al final les acaban cayendo encima. Nos utilizarán, nos ridiculizarán, nos pedirán cosas y nosotros como tontos las haremos, y ellos pensarán que somos muy pero que muy tontos, que pueden hacer con nosotros lo que quieran porque ellos son mejores, pensarán que somos raros, que escribimos cosas raras, que estamos locos, que a este tío se le va la pinza y además es feo y no tiene los ojos azules. [ironía on] Porque claro, los guapos y listos se merecen lo mejor, ellos tienen todo el mérito por ser así, han tenido que trabajar mucho para conseguirlo [ironía off]. Qué más da, da igual, que piensen lo que quieran, que vivan en el mundo que ellos se inventan, lleno de mentiras que les hacen sentir mejor, lleno de falsos argumentos para creer que son felices. Yo prefiero poder tumbarme tranquilamente bocarriba, respirar profundo y sentir que todo está bien. Y eso es algo difícil, muy difícil y que muy pocas veces en mi vida he podido hacer. Es ese momento en el que te das cuenta de que lo verdaderamente importante lo tienes, que tú no vas a ser de esos que se dan cuenta de lo que tienen cuando lo pierden, porque te sientes afortunado por tener lo que tienes, y vives con la sensación de que por el hecho de que no te lo mereces, en cualquier momento te lo pueden arrebatar, y hay que disfrutarlo al máximo, mientras se pueda. No hay nada peor que discutir con alguien a quién quieres, no hay nada peor que enfadarte con alguien a quien quieres, no hay nada peor que hacer llorar a alguien a quien quieres, pero si no lo haces, no te das cuenta de lo importante que es no hacerlo, de lo importante que es tener siempre bien presente esa lista de prioridades en la que tú no eres el primero, y no hay nada mejor que darse cuenta de eso. El camino fácil es no darse cuenta, y la mayoría de la gente lo sigue. Seguramente yo tomaré ese camino alguna vez más de las que ya lo he hecho, que lo he hecho, porque es el camino por el que nos lleva irremediablemente nuestro instinto a todos nosotros. Cuando coges el camino fácil se te olvidan palabras como “gracias” o “perdón”, te crees digno únicamente de escucharlas, no de pronunciarlas, y no te das cuenta de que la persona que puede y tiene razones para dar las gracias, es la más afortunada que hay. Por el camino difícil se sufre, pero vale la pena.

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