jueves, 28 de noviembre de 2013

Adicción al sufrimiento


Cuando era pequeño y jugaba en el parque con mis amigos, si jugábamos al escondite entre arbustos o dábamos carreras o simplemente caminábamos o hacíamos el tonto, si había que elegir entre un camino liso y uno con piedras, ramas o zarzas yo me iba por el segundo. Las heridas en las rodillas no me molestaban y las cicatrices las veía, y las sigo viendo, como pequeños trofeos. Me gustaba lo difícil. Siempre me gustó. Y me sigue gustando.


Al final todo depende cómo te planteas intentar ganar en este juego que te propone la vida. Ante el fracaso hay muchas formas de reaccionar. Hay quien rebaja sus aspiraciones y se pone el listón más bajo, hay quien abandona directamente y también hay quién mantiene la exigencia al mismo nivel o incluso la sube, consciente de que es capaz de lograr en un segundo intento lo que en el primero no estuvo ni cerca de conseguir. Eso último nace de una valiosa confianza en uno mismo que le impulsa a seguir confiando en sus posibilidades, pero lo que se pone en juego cuando se intenta una revancha es precisamente eso, la confianza en uno mismo.

Puedes caer y te puedes levantar, pero hay para quien levantarse no es suficiente. Hay quien después de caer necesita dar un salto para compensar a su autoestima por el fracaso anterior. Hay quien ante el fracaso se pone metas más altas. Un órdago. Y los órdagos tienen lo que tienen: ganas todo o pierdes todo.

Si tú le echas un órdago a la vida ella te lo va a aceptar. Sí o sí. Y cuando lo haces sabes a lo que te atienes. Sabes lo que puede pasar si lo pierdes, sabes que caerías a un agujero más profundo del que estabas intentando salir. ¿Arriesgado? Sí. ¿Bajar el listón sería más sensato? Seguramente. Pero no te lo planteas. Porque sabes lo que eres capaz de hacer. Lo que fuiste capaz de hacer. Lo que deberías ser capaz de hacer. Y lo tienes que intentar. Porque sólo un éxito mayor podrá redimirte del fallo que cometiste. 


Pero el fracaso te va quitando fuerza, y aunque tu confianza en ti mismo parezca seguir intacta, inconscientemente cada vez estás menos seguro de lo que haces. Cada derrota te roba un poquito más de fuerza. Siempre creíste no estar dándolo todo, que podías dar más llegado el momento. Siempre creíste tener una reserva, un margen de mejora. Cuando llegaron los primeros fracasos tenías claro que podías hacer frente a lo que viniera después, pensabas que en realidad era cuestión de ponerse serios de una vez y dar un puñetazo sobre la mesa. Y llegado el momento te preguntas si no será que realmente no das más de ti. Pero te lo quitas de la cabeza porque no puedes permitirte pensar eso. Porque si piensas eso sí que se acabó. Porque ese es el fino hilo que separa el convencimiento de la desesperación y sabes que si se rompe estás hundido.

Y el puñetazo te lo acaban dando a ti. Estabas en una situación de relativa y engañosa comodidad y de repente todo se viene abajo, tropiezas de una forma exagerada. Pierdes el órdago. Respiras hondo y sigues. Sigues porque es lo que has hecho siempre, sigues porque tú la vida la entiendes así, porque estás dispuesto a sufrir, porque un día aprendiste que disfrutabas más triunfando cuando lo que dejabas atrás era dolor y sufrimiento que cuando todo era color de rosa.

Pero igual que la vida acepta siempre los órdagos, ofrece siempre también revanchas cuando los pierdes.
 
Y el reto que te propones para reponerte es tan exagerado como tu tropezón anterior. Pero lo puedes conseguir. Lo sabes. Aunque tienes muy claro que un nuevo puñetazo podría ser casi definitivo, dejarte muy tocado. Pero definitivo sería para alguien normal, para alguien coherente, no para ti, porque tú has venido aquí a salir adelante aunque eso suponga meterse entre las zarzas. Y aunque la palabra fracaso vaya de tu mano, en el horizonte, en la meta, no te la planteas. No va a ser definitivo porque cuando alguien así se propone algo lo acaba consiguiendo. Y cuanto más se sufre en el camino más se disfruta en la meta. Pero siempre cabe preguntarse si el camino correcto es elevar la autoexigencia hasta tal punto de volverse casi loco. Cabe preguntarse si no sería más fácil tomar el camino que sigue todo el mundo. El del realismo, el de adecuar tus acciones a los resultados objetivos y visibles más que a lo que tú sabes o crees saber que eres capaz de hacer. En algún momento habrá que echar el freno, en algún momento el sufrimiento será excesivo y convendrá parar, siempre hay que tener presente esa posibilidad. Pero no es una opción planteárselo ahora, el nuevo órdago ya está echado, la vida por supuesto lo aceptó y ya hemos levantado una carta cada uno. Ella lleva un rey, yo un dos. Veremos qué pasa con las otras tres. Una victoria en el reto más difícil supondría borrar de un plumazo el sufrimiento anterior y convertirlo automáticamente en satisfacción. Porque así funciono yo. Porque esas son mis zarzas.



domingo, 24 de noviembre de 2013

"Un comportamiento autodestructivo es con frecuencia una forma de auto-castigo en respuesta a un fracaso personal".




viernes, 27 de septiembre de 2013

Política


-Tenemos un montón de problemas y un elefante azul.

-¿Un elefante azul?

-Sí, lo encontramos el otro día discutiendo con una jirafa rosa.

-¿Una jirafa rosa? ¿Y por qué discutían?

-Porque el elefante azul había atravesado el territorio de la jirafa rosa para ir a ver al cerdo morado, y pisoteó toda su hierba.

-¿Y qué se dijeron? ¿Y quién es ese cerdo morado?

-Se insultaron gravemente. El cerdo morado pertenece al clan que se come nuestra comida y hace que sea más cara.

-¿Pero qué se dijeron exactamente? ¿Entonces el clan de ese cerdo es el culpable de nuestros problemas?

-Sí, de casi todos, pero tranquilo, estamos trabajando en ello y además es un cabrón. Se dijeron de todo, la jirafa le dijo "hijo de perra" y "pichacorta" al elefante y el elefante le contestó que era una "zorra malparida" y le recriminó que tuvo un affaire con el jabalí amarillo.

-¡Uuuuuuhhhh, un affaire! ¿¡Y lo sabe su marido!? ¡Pichacorta, JAJAJAJA! ¡Qué grande la jirafa! ¡Si señor! ¡Cerdo cabrón! ¡Cerdo cabrón!

-No lo sabe, pero amenazó con contárselo un día de estos... Bueno, tengo que atender a otros asuntos, subirte los impuestos, defraudar a Hacienda e INTENTAR PILLAR AL CABRÓN DEL CERDO.

-¡Sííí! ¡Cerdo cabrón! ¡Cerdo cabrón! Al principio me decías algo, ¿no? No me acuerdo...

- Nada importante... ¡Hasta otra! ¡Recuerda votarme en las próximas elecciones!

-Si consigues acabar con ese cerdo lo haré seguro, ¡nos habrás sacado todos nuestros problemas! ¡Cerdo cabrón! ¡Cerdo cabrón!

martes, 13 de agosto de 2013

Ni más, ni menos

Haces un examen jodidísimo y te sale bien, eres el único que aprueba, con un 6. El amo, el mejor. El profesor decide repetir el examen para que mejoren las notas, y a ti te deja repetirlo también, para que subas. Pero, ¿para qué? Tú ya aprobaste, el examen más difícil que habías hecho en tu puta vida y lo aprobaste, no necesitas subir nota, joder, ya te has pasado ese juego. Llega el día, el resto hacen el examen, que esta vez es mucho más fácil. No suspende nadie. ¿La nota más baja? Un 6,5. Y cuenta más que tu 6, aunque el examen que tú aprobaste fuese mucho más chungo, aunque tú lo hicieses a la primera, cuenta más. De ser el mejor, a ser el peor. Eso es la vida. Ni más, ni menos.

Ya puedes sentirte como una estrella del rock, tener dominado el asunto, ser el putísimo jefe, que si levantas el pie, si te descuidas y crees haber llegado a la cima, si dejas de tomarte la vida como un juego en el que cada error se paga muy caro, la cagas.

El mundo te tiene cogido por los cojones, aunque a veces caigas en la trampa de creer que es al revés.

martes, 16 de abril de 2013

Sueños


Tengo un sueño recurrente. Conduzco un coche que no soy capaz de controlar. No es un cochazo, es un coche rojo normal y corriente. Se me va hacia los lados sin que yo sea capaz de evitarlo aunque intente enderezar el volante. No frena del todo aunque me duela el pie de pisar el pedal del freno. Me voy chocando con todo, de lado, eso sí, nunca me estrello. De momento.


Me reafirmo en mi teoría de que los sueños tienen significado.

domingo, 14 de abril de 2013

lunes, 8 de abril de 2013

Tocar fondo


Proponerse algo y no conseguirlo es frustrante. Volvérselo a proponer y volver a fallar, más aún. Y si eso se repite prácticamente a diario, la frustración se hace inmensa.

Es la impotencia de ver que no sólo no mejoras sino que vas a peor. Te propones adoptar la costumbre de acostarte temprano y a los dos meses estás durmiendo tres horas o pasando noches sin dormir. Te propones llevar los estudios más o menos al día y cuando te descuidas ya has suspendido una asignatura y media. Te propones no emborracharte y acabas no acordándote de media noche al día siguiente. Te propones no hacer daño a quien te importa y al final la acabas cagando. Y eso siempre, por más que te propongas cambiar.

Es como si no mandases tú. Como si fueras una jodida marioneta de alguien que se divierte torturándote.


No duele que los demás no crean que eres capaz de hacer lo que te propones, aunque es curioso ver como con el paso del tiempo, al darse cuenta de lo inútil que eres va cambiando su forma de verte. Al principio la respuesta al “pues a partir del lunes voy a hacer…” o al “esta noche me acuesto pronto” es un “eso está bien, yo debería hacer lo mismo”. Después pasa al “haces bien, a ver si lo consigues”, y después al “a ver si es verdad”; para por último llegar al “no lo vas a hacer, pero bueno” o al “sí, claro”. Todo ese proceso lo he visto pasar por delante de mis ojos en poco menos de tres años. Solamente tres años. Pero no, no es eso lo que más duele, lo que más duele es pararte a pensar y darte cuenta de que ni siquiera tú te crees capaz de hacer algo tan insignificante como cambiar el hábito de levantarte tarde. Aunque sepas que es lo mejor, aunque te lo propongas de mil maneras. No lo consigues. Y sabes que no lo vas a conseguir. Y además, cuando crees que has tocado fondo y que ya tienes que ir a mejor sí o sí, que no puedes caer más bajo, descubres que sí, que puedes bajar más aún.

Y es una piedra que llevo a cuestas demasiado tiempo.  Y me estoy cansando ya. Ojalá toque fondo de verdad definitivamente y pueda coger impulso para volver a tener el control sobre mi vida, porque ya está bien de ser una marioneta.

martes, 26 de marzo de 2013

Semana Santa



Año 40.000. Atrás queda el paso del ser humano por la tierra, atrás queda su inconsciente y lenta autodestrucción. Los reptiles lograron sobrevivir al deshielo primero y los miles de cambios que sufrió la Tierra después y ahora dominan el mundo. De hecho la Tierra dejó de llamarse así hace tiempo, ahora se llama el Agua. Las tortugas y galápagos se erigieron en líderes al evolucionar más rápidamente que el resto de especies y adaptarse mejor al cambio, no necesitaban salir de las profundidades marinas para vivir. Desarrollaron un lenguaje más avanzado, fueron creciendo de tamaño y se hicieron bípedos, pudiendo caminar por el fondo del mar. Pese a hacer vida también en las islas que abundan en el Agua, construyeron sus ciudades, llamadas tortudelas,  bajo el mar.


Cualquier época pasada había sido borrada por completo. Las tortugas nunca llegaron a entender el paso de los humanos por lo que había sido la Tierra, al principio no tenían la suficiente inteligencia para hacerlo y cuando evolucionaron y la adquirieron, no mostraron interés alguno en estudiar a quienes habían enjaulado y dominado a sus antepasados. No desenterraron monumentos. No estudiaron fósiles. Empezaron de cero. Y el resto de reptiles que habitan el Agua asumen el dominio de las tortugas.


Las tortugas basan todas sus acciones en la creencia en un ser superior y ancestral, al que llaman Tort. Tort causó la destrucción de la humanidad, haciendo que los humanos se llenasen de poder hasta desaparecer y destruir el mundo tal y como se conocía; y provocó la evolución del planeta en lo que es ahora, un lugar idóneo para la vida reptil. Tort era el artífice de que las tortugas dominasen el Agua. No toda la población tortuga ve a Tort de la misma manera y muchos difieren en la forma en que Tort creó su mundo, incluso hay quienes le llaman Ran o Reptal en lugar de Tort,  pero casi todos coinciden en que todo lo que tienen se lo deben a él. Una vez al año, cada tortudela elige mediante un sorteo entre toda su población tortuga a unos cuantos representantes, uno por cada 500 habitantes. Todos quieren ser los elegidos y dedican parte de su vida, un día semanal, a prepararse para ello, deseando que Tort les conceda el honor de ser los elegidos alguna vez. Todos los elegidos, independientemente de sus edades, son sacrificados como ofrenda al todopoderoso Tort, a modo de agradecimiento por todo lo que en su día hizo por las tortugas. Los millones de caparazones pertenecientes a los sacrificados son después reunidos en las afueras de la capital tortuga en el Agua, Galapia. Allí son apilados formando la figura de Tort, la tortuga de ocho patas, el creador del mundo tortuga. Pese a que de momento sólo se han apilado suficientes caparazones como para llegar a las rodillas de las dos primeras de las ocho patas de Tort, la mayor escultura de todos los tiempos ya sobresale a la superficie. Millones de tortugas peregrinan cada año desde todos los lugares del Agua para visitar la escultura a Tort y apilan ofrendas de todo tipo a sus pies, deseando poder formar parte algún día de esa grandiosa muestra de gratitud a quien deben su existencia.



miércoles, 6 de marzo de 2013

Casualidades

"Se han encontrado trazas de caballo en hamburguesas de Ahorramás" era la noticia hace unas semanas. Quién nos iba a decir que así, de repente, iban a aparecer en otros alimentos con frecuencia en las siguientes semanas. ¿No es extraño? ¿Acaso hace dos meses no se analizaba la comida? ¿Acaso no había medios como para identificar el ADN de caballo? ¿Por qué ahora? No lo sé, pero cuesta creer que no tenga detrás algún interés.


Hace relativamente poco, 'se pusieron de moda' los incidentes en vuelos de Ryanair. Así, de la noche a la mañana, empezaron a salir casos de irregularidades día si, día también. Los seguirá habiendo, pero casualmente, ya no nos los cuentan. ¿Qué se consiguió? Dos cosas: Desprestigiar a la compañía, casualmente coincidiendo aproximadamente con la puests en marcha de la compañía low cost de Iberia; y también causar conmoción en la sociedad. "Ya no vuelo más con Ryanair", "pues yo he viajado un par de veces con ellos, que suerte que no me pasó nada". Distracción.



En el caso de las trazas de caballo, también tengo bastante claros los intereses. El primer interés es desprestigiar a las empresas en cuyos productos se han encontrado esas trazas, ya que, por desgracia, supongo que habrá trazas de un montón de cosas que no se especifican en la etiqueta de muchísimos alimentos. De casi todos, diría yo, porque todos sabemos que no comemos lo que nos dicen que comemos. Todos sabemos que las verduras y las frutas tienen pesticidas. Y que la carne del Burger King y el McDonalds es de dudosa procedencia. Pero a alguien le interesará por alguna razón señalar a esas empresas en esta ocasión.

Y para mi, a riesgo de parecer paranoico (quizá lo sea, al fin y al cabo siempre he creído en las "teorías de la conspiración"), el segundo y más importante interés es el de mantener a la gente ocupada con algo. Con algo mucho menos importante que los recortes o la crisis. Que la gente se indigne porque está comiendo caballo sin que se lo digan (que no es que yo diga que no sea razón para enfadarse) y así se indigne menos por otras cosas. Y además, al final se venderá todo como un éxito. Sanciones ejemplares a las empresas y retirada de esos productos del mercado. Y la indignación se convierte en satisfacción. No digo que sea mentira que haya trazas de caballo en hamburguesas y albóndigas, claro que las habrá, y de más cosas que no nos dicen. Pero dejaran de salir casos en las noticias, seguiremos comiendo la misma mierda que hace un mes y los problemas importantes de verdad seguirán existiendo.

miércoles, 2 de enero de 2013

Spain Is Pain


Me duele España. Me duele el mundo en realidad, pero hoy me limitaré a hablar de lo que vivo en primera persona. Me duele por muchas cosas, pero hoy no hablaré de la crisis, ni de los políticos, ni de la corrupción, ni de los bancos. Hoy hablaré de nosotros.


No está bien generalizar, pero es imposible hablar de un país sin hacerlo, así que, generalizando, los españoles somos un puñado de sinvergüenzas que buscamos conseguir mucho esforzándonos lo menos posible, a costa de lo que sea y de quién sea y haciendo todas las trampas posibles.


Me explico: el español medio tiene como principio fundamental que lo que él piensa es la verdad absoluta, y además su principal objetivo es que a él no le engañe nadie. Ser el más listo. Porque en este país, si no haces trampas en la declaración de la Renta, si no copias en los exámenes o si no te descargas música de Internet, “eres gilipollas”.


Si hay un camino fácil para conseguir lo que quiere, el español lo sigue. Sí o sí. ¿Para qué ganar 3.000 euros honradamente si puedes ganar 5.000 haciendo chanchullos? ¿Para qué buscar un trabajo como los demás pudiendo conseguir algún enchufe? Dudo mucho que exista un país en el mundo en el que el "fenómeno enchufe" esté tan extendido (y aceptado, eso es lo triste) como aquí. Y mientras unos consiguen un trabajo por enchufe, otros que han trabajado y estudiado para conseguirlo, se quedan sin él. Y aunque se sepa, no se puede denunciar, eso es así y ya está.

"Eso es así y ya está". Frase muy popular en España. Porque otra característica del español medio es que se deja mangonear y es manipulable hasta decir basta. El español medio no suele rebelarse contra lo que considera injusto. Bueno, sí, se rebela pero de boquilla. En el bar con los amigos y en las cenas familiares es capaz de conseguir que parezca que quiere y puede cambiar el mundo, pero después le da pereza ir a una manifestación o secundar una huelga general. También le da pereza decirle a su jefe que lo que le pide está fuera de lugar o que no está de acuerdo con él, no vaya a ser que se enfade. Así que se podría decir que el español medio traga con que le humillen o utilicen sin decir nada, lamiéndole el culo a quien haga falta con el objetivo de ascender, aunque eso implique renunciar a sus principios, si es que los tiene. Pero claro, por el mismo razonamiento, si se siente superior a alguien (el español medio suele sentirse superior a casi todo el mundo), acostumbra a mirarle por encima del hombro, desahogando así su frustración por su inferioridad y debilidad ante aquellos cuyos culos lame un día tras otro, o simplemente ante quienes tienen más dinero que él.

El dinero, otro tema interesante. Porque aunque resulte paradójico, al español medio le gusta la ostentación, pero cuando tiene dinero, le gusta que la gente no sepa que lo tiene. Supongo que se piensa que no se le nota que lo tiene, pero no hay cosa más fácil que darse cuenta de quién tiene más y quién tiene menos. Luego están los que quieren aparentar tener más de lo que tienen, que no son pocos. "Eres un rata", otra frase bastante habitual en España, y que, casualmente dicen más quienes más ratas son. Porque así somos los españoles.

Hay también otras características típicas del español medio. Es cotilla, muy cotilla. Le encanta saber cosas de los demás y después contarlas. El "vale, no te preocupes" que se contesta al "no se lo digas a nadie" suele significar "se lo voy a decir a quien me salga de los cojones y se va a enterar quien menos quieres que se entere". También le gusta saber cosas de los demás para poder practicar uno de los dos deportes nacionales por excelencia: criticar. Porque si algo le gusta al español medio, es criticar lo que hacen los demás, aunque él lo haga también. Y no podemos olvidar el segundo deporte nacional: hablar sin saber. Criticar sin saber, hablar por hablar, hacernos los importantes aunque no tengamos ni idea de lo que hablamos. Nos encanta.

¿Y de qué nos gusta hablar? Pues de cualquier cosa, pero hay que dejar claro que el español medio habla muy en serio de las cosas menos importantes y deja las bromas y el cachondeo para las cosas que importan. Porque aquí las cosas funcionan así. Aquí una mujer mayor destroza un cuadro cuando lo restaura y lo deja hecho un esperpento y ese mismo fin de semana hay 3 programas especiales sobre eso en televisión. Y como los españoles somos así, los curiosos se agolpan en la iglesia donde está el cuadro para verlo antes que nadie. Eso deriva en que a alguien se le ocurra cobrar entrada por verlo y así nace un negocio. Un negocio corto, eso sí, porque aquí todo cae en el olvido muy pronto. En los telediarios se empiezan a contar muchas historias, pero no se termina ninguna. ¿Sabe alguien como están en Lorca después del terremoto de hace  año y medio? Cuando el tema dejó de vender y los famosos dejaron de hacer gestos de solidaridad, cayó en el olvido. Pero eso es solo un ejemplo. Si secuestran a un niño, la noticia dura hasta que tristemente aparece su cadáver, pero en ese tiempo que pasa desde que desaparece hasta que lo encuentran, los diversos programas de televisión se encargan de presentarlo como si fuera una serie policiaca, entrevistando a familiares que lo están pasando mal día sí y día también y creando tertulias para aprovechar el tirón del tema. ¿Y los españoles en sus casas qué hacen? Pues verlo, cómo no. Nos encanta el morbo.

Hablaba antes de gente agolpándose en la puerta de una iglesia. Cabe recordar que el español medio acude en masa a un sitio principalmente ante dos situaciones: que quiera ver cuanto antes algo de lo que todo el mundo habla o que regalen algo.


El español medio le da audiencia a Telecinco, pero lo niega delante de todo el mundo. Y sabe más sobre la vida de Belén Esteban o Julio Iglesias que sobre la de algunos miembros de su familia. En televisión, los debates del corazón y los de fútbol tienen más audiencia que los de política y actualidad. Es una buena forma de resumirlo.

El español medio se ofende e indigna si los franceses (oh, los franceses, cuanto nos odian, qué terrible enemigo, con lo que nosotros les queremos y lo bien que hablamos de ellos) hacen un programa de televisión con guiñoles e insinúan que los deportistas españoles se dopan, pero en las calles españolas es difícil no escuchar frases como "las portuguesas tienen bigote" o "las moras huelen mal".

También somos hipócritas. Hablar mal de alguien a sus espaldas y después juntarse con ese alguien como si nada, para hablar mal de otra persona es bastante típico.
La envidia tampoco se nos da mal. Ni las chapuzas a la hora de arreglar problemas. Hombre, mejor hacerlo rápido y quitárnoslo de encima cuanto antes. Total, vamos a cobrar lo mismo, no nos van a pagar más por hacer las cosas mejor.

Si el español medio puede estafar a alguien, le estafa. Porque como dije al principio, el español tiene que ser el más listo, a él nadie le engaña, y la forma de demostrar que eres el más listo es engañar a alguien.

Pero estamos llenos de paradojas, y una de ellas es que, pese a que nos gusta pavonearnos de lo nuestro y decir que es lo mejor, nos encanta desterrar nuestras costumbres centenarias y adoptar otras más mediáticas, sobre todo si se escriben en inglés, que es más guay. Véase Halloween.

Si le preguntas al español medio “¿y qué mundo le estamos dejando a quienes vengan después?”, el español medio te responde que a él lo que le importa es lo de ahora y que lo que pase después es problema de quien venga después.


Ojo, que algunas (por suerte, no demasiadas) de las cosas que he descrito se me pueden echar en cara a mí también. Y a cualquiera, supongo. No deja de ser una cuestión de cultura. Pero que yo lo haga no quiere decir que no me avergüence. Y también es verdad que tenemos cosas buenas. Somos hospitalarios, por ejemplo. No se me ocurren muchas, la verdad, pero las tenemos. Aunque me temo que pesan más las malas.

En fin, así somos. En general, claro. Siempre hay excepciones. Y teniendo en cuenta que somos así, tanto quienes mandan como, sobre todo, quienes votan. ¿No es normal que estemos en la situación que estamos? ¿No nos lo hemos buscado y nos lo seguimos buscando?

Sin tener ni puta idea ni de economía ni de política (soy español, tendré que hablar sin saber), me da la impresión de que es muy difícil que tal y como están organizadas las cosas podamos ir a mejor. Un sistema que para su buen funcionamiento necesita que la gente sea honesta y no mire sólo por sus intereses no puede funcionar con la mentalidad de la gente de este país. Siempre se corromperá, siempre habrá alguien que quiera más, siempre habrá alguien que haga trampa y alguien que lo vea y no diga nada. Quizá lo mejor sería que se fuera todo a la mierda y ya está. Volver a empezar. Porque la sociedad española en particular, y, me temo, la humanidad en general, están tan podridas que esto tiene difícil arreglo.