domingo, 27 de noviembre de 2011

Advertencia sanitaria

Preguntarse demasiadas veces qué estás haciendo con tu vida puede ser muy perjudicial para tu autoestima.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Restart

Tal día como hoy puedo decir que mi último intento de motivación ha sido un fracaso. No es que no me lo esperase, pero por un momento tuve la sensación de que esta vez saldría bien. Buscar razones no sería difícil, porque no son pocas. Ya me di cuenta hace tiempo de que el orgullo, que de tantos problemas me había sacado antes, no iba a ser suficiente esta vez, y así es. Ya me da igual que me piquen, me da igual que disfruten cuando me ven caer y me da igual lo que piensen o digan sobre cómo hago o dejo de hacer las cosas, no me motiva.
 Me gusta que me subestimen, siempre me gustó, porque cuando llega el éxito disfruto el doble imaginándome que piensan los que no habrían apostado una mierda porque lo consiguiese. Prefiero que me subestimen a que me sobreestimen, al contrario que a la mayoría de la gente. Sí, esa gente que no hace más que ensalzarse e intentar crear a su alrededor un corro de admiración popular. Pero para que el hecho de que (casi) todo el mundo te subestime no te afecte, tienes que tener dentro una fuerza que te lleve a seguir intentando darles en todos los morros. En definitiva, no te tienes que subestimar a ti mismo más de la cuenta, y eso es lo que está fallando. Cuando los éxitos no llegan y cada intento de motivación fracasa, es normal que esa fuerza desaparezca pero aún así, no sé  qué coño es pero hay algo. Algo que me dice que lo tengo que volver a intentar. Y así lo haré, marchando otro intento de motivación. Otro intento de encontrar la forma de sentir que lo que hago vale para algo y sentirme a gusto con algo que tenga algo que ver conmigo. Vuelta a empezar. Porque como dije hace poco aquí, mi autoestima arde lentamente, pero por alguna extraña razón no se ha consumido entera todavía.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Ya ves

Hay expresiones que están creadas para ir solas como “¡Hay que joderse!” (mi favorita, por cierto), “¡Madre mía!”, “¡Caramba!” y mil más que no se me ocurren. Sin embargo hay otras que esperan una respuesta por parte de la persona con la que se está, es cómo si quedasen huérfanas sin esa contestación que no deja de ser otra expresión vacía en contenido. Es el caso de “¡Qué cosas!”. No creo que haga falta aclarar que su complemento es “¡Ya ves!”. Y es curioso, porque si cuando tú reaccionas ante algo increíble con la expresión ”¡Qué cosas!”, esperas que inmediatamente el que está a tu lado responda “¡Ya ves!”. Normalmente, aunque sea de forma inconsciente, lo hace; pero si no lo hace es cómo una “falta de respeto”, como si ni siquiera te estuviese escuchando, la conversación pierde sentido en ese momento, se pierde en esa expresión inacabada, huérfana de su complemento y la persona no correspondida se queda sin ganas de seguir hablando. Es sorprendente cómo una cosa tan absurda como ésta se da una y otra vez sin que nos demos cuenta. Siempre que alguien diga “¡Qué cosas!” contestaremos de la misma forma, casi como robots…